Llegó el segundo hijo. Un momento esperado y feliz, aunque el mayor no lo vive del todo bien. Se enfada a menudo, le grita al pequeño, llora más que de costumbre… ¿Se trata del síndrome del príncipe destronado? ¿O es, simplemente, un intento comprensible de pedir afecto?
Luis, de cuatro años, habla “como un bebé” desde que nació su hermanito. Andrea, movida por un impulso superior a sus fuerzas, se acerca a su hermano plácidamente dormido para gritarle “¡Hola, pajarito sin cola!” a dos centímetros de la oreja. Santiago, Sandra y Cristina son tres hermanos “ejemplares”, siempre están de acuerdo, sobre todo cuando se reparte el postre. “¡Jo, el mío es más pequeño!”
¿Cuál es el origen de los celos?
Durante millones de años, el ser humano ha desarrollado conductas instintivas para mantener y reforzar las relaciones afectivas. Sea en la relación que sea, los celos nos impulsan a hacer cosas para defenderla.
Este mecanismo se llama “conducta de apego” y funciona de manera parecida a como funciona el hambre. Cuando tu cuerpo necesita alimento, surge en ti una sensación desagradable, el hambre, que te impulsa a buscarlo. Los celos nos impulsan a hacer una serie de cosas para mantener la relación afectiva, igual que el hambre nos impulsa a comer.
Celos en adultos y en niños
Si los adultos sentimos celos cuando vemos peligrar una relación, ¿qué decir de un niño pequeño? Sin la atención constante de sus padres no podría sobrevivir. ¿Y si la madre se olvida del mayor cuando nace el bebé? “Qué tontería”, puedes pensar, “yo no me olvidaré del mayor”. Sí, claro, tú no.
Pero hace un millón de años los seres humanos actuaban de forma más primitiva. No cuidaban a sus hijos por motivos racionales, sino porque tenían el instinto de cuidarlos y porque los niños hacían cosas para estimular ese instinto. Y aún lo hacen. Se dice a menudo que el hermano mayor es un príncipe destronado que era el centro de todas la miradas y que ahora pierde su posición privilegiada. Todo influye, supongo, pero éste no es el principal motivo de los celos.
Primero, porque ningún niño es el centro de todo. Desde que nace siempre ha tenido que competir con otras personas y con otros intereses para obtener la atención necesaria. Y más aún en nuestra época, en la que el trabajo y las normas absurdas –“no lo cojas, que se malcría”– nos mantienen alejados de nuestros hijos.
Segundo, porque un niño de dos años no sólo tiene celos de su hermano pequeño. Cuando los padres se besan y abrazan, ¿no intenta meterse en medio? Si estás muy entretenido viendo la tele o leyendo un libro, ¿no viene tu hijo “a incordiar”? Si te paras por la calle a hablar con un amigo, ¿no empieza tu hijo a dar la lata, a tirarte de la ropa, a interrumpir?
Tercero, los gemelos, que nunca han sido “príncipes” en solitario, tienen celos uno del otro. También el recién nacido, pese a haber visto a su hermano mayor cada día desde que nació, hará evidentes sus celos en cuanto sea capaz de mostrarlos.
A veces, los celos del pequeño hacia el mayor son más fuertes que los del mayor hacia el pequeño. ¿Por qué? Porque el mayor necesita menos a los padres y ya tiene “habilidades” sociales que le permiten disimular su enfado o guardar un prudente silencio cuando ve enfadados a sus padres.
Un niño de tres meses y otro de dos años necesitan más o menos las mismas cosas: tomar el pecho, ir en brazos, dormir con los padres. Dentro de seis años seguirán necesitando lo mismo: que jueguen con ellos, que les cuenten cuentos, que les escuchen. La competencia es directa y continua. En cambio, el de siete años ya no quiere cosas “de bebé” y dentro de ocho años tampoco querrá cosas “de niño”.
¿Cómo se comporta un niño que siente celos? Más o menos como lo hace un adulto. Recuerda, todos hemos tenido celos alguna vez. ¿Qué hacías cuando una persona amenazaba tu noviazgo? El celoso se siente intranquilo, asustado, traicionado y enfadado. Y puede desplegar muchas y diferentes estrategias
Puede imitar al competidor para combatir con sus mismas armas, cambiar de ropa, de peinado, de manera de hablar, de aficiones. Si eso es imposible, intenta desprestigiar al adversario: “Mucho músculo y poco cerebro”, “No sé qué le ves”, “Seguro que está operada”. No pierde ocasión para mostrar sus propios méritos o los defectos del otro. Intenta ser encantador y volver a seducir a su pareja, ayudar en casa, arreglarse, llevarla al teatro… o le hace reproches, le grita, le amenaza.
Puede llegar al enfrentamiento verbal o incluso físico con la intrusa o el intruso. Somatiza su angustia y su ira, es decir, presenta síntomas psicosomáticos como dolor de cabeza, mareos, malestar, insomnio. También aparecen molestias no fingidas pero sí exageradas y aprovechadas para llamar la atención del otro: “No he podido dormir después de todo lo que me has dicho”, “No sabes lo mal que lo paso cuando tú no estás”, “A mí me va a dar algo”.
La actitud también puede adaptarse a la respuesta del otro. Si de verdad tememos que nos deje, todo son dulzuras pero si nos sentimos seguros podemos mostrarnos más duros y exigir ridículas pruebas de amor: “Si de verdad me quisieras…”.
Las estrategias celosas
Lo mismo hará tu hijo. Estará malhumorado y lloroso. Se hará pipí encima, pedirá brazos, hablará como un bebé, ya que si al bebé le funciona, ¿por qué a él no? En otros momentos intentará demostrar que es “grande”, que ayuda, que recoge y que “se porta bien”, sin perder la ocasión de criticar al pequeño: “No sabe andar, no sabe hablar”.
Te montará escenas, se enfadará, te llamará “¡tonta!” y te dará manotazos. Tendrá miedo, dolor de barriga, estará cansado. Puede que apriete mucho al bebé cuando lo abraza, que lo moleste cuando está tranquilo, que lo pellizque.
Tal vez haga algo que sabe que no debe hacer, como romper algo o pintar en la pared, en lo que más que un desafío parece una prueba de amor: “No me quieres. Siempre te enfadas. ¿Ves? ¡Te has enfadado! ¿Ves como no me quieres?”. Una prueba de amor un poco ingenua, lo admito, pero sólo tiene tres años, y los adultos solemos hacer tonterías mucho mayores.
Pero hay dos grandes diferencias entre los celos infantiles y los del adulto enamorado. Por una parte, las relaciones amorosas del adulto se pueden romper. Pero ni los padres ni el niño se plantearían una ruptura. Por otra, los adultos solemos sentir un odio absoluto por el competidor o competidora. Los niños, en cambio, aman a sus hermanos. No es un amor a primera vista, pero pronto se establecerá entre ellos una relación profunda y muchas veces inquebrantable. Aunque se enfaden, se insulten o se peleen, se seguirán queriendo. No lo olvides nunca.
Saber gestionar la celotipia
Si comprendemos que los celos son tan naturales como el amor y que detrás de ellos, en el caso de los pequeños, existen intensos sentimientos amorosos por el hermano objeto de los celos, nos damos cuenta que esos sentimientos, por negativos que parezcan, no hay que evitarlos. Entre otras razones, porque son normales e inevitables. No hay que tratarlos porque no son una enfermedad.
No hay que tratarlos, pero sí podemos comprenderlos, aceptarlos y evitar así muchas angustias y sufrimiento Ciertas teorías conductistas afirman que no se debe hacer caso del niño celoso. Si le prestamos más atención, dicen, reforzamos su conducta y cada vez tendrá más celos. En cambio, cuando vea que no obtiene ninguna ventaja con sus celos, dejará de tenerlos.
Esta teoría tiene dos fallos: Primero, el niño no puede tener celos o dejar de tenerlos cuando le da la gana. Hay un sentimiento debajo. Imagina que sospechas que tu pareja no te quiere como antes. Se lo reprochas, le montas una escena y ella ni se inmuta. ¿Qué pensarías?: ¿“Qué tonto he sido, ya veo que sí me quiere” o quizás “Lo que yo pensaba, le importó tres pitos”? Tal vez, en vista del nulo éxito, no repitas los reproches, pero tus sentimientos, que es lo que importa, serán aún más sombríos.
Segundo, los celos sirven para conseguir atención del ser amado, lo mismo que el hambre sirve para conseguir comida. ¿Se refuerza el hambre cuando conseguimos comida? Al contrario, el hambre desaparece, al menos por unas horas. La mejor manera de aliviar el hambre es comer. Pues bien, la mejor manera de aliviar los celos, de evitar algunas de sus manifestaciones más desagradables y de disminuir el sufrimiento del niño, es darle toda la atención que necesita o, al menos, toda la que podamos.
Y digo la atención que necesita. No la que nos es más cómodo darle o la que nos demandan. Porque, muchas veces, los pequeños piden cosas que no necesitan y después, cuando las consiguen, no entienden por qué siguen sintiéndose insatisfechos.
Tiempo paternal y maternal para acompañarlos
Las necesidades de los niños no se miden en muñecas, videojuegos, discos o ropa de marca. Los niños necesitan contacto, caricias, mimos y besos; más tarde, cuentos, historias, paseos, alguien que alabe sus dibujos y admire sus hazañas en el tobogán.
Y cuando mayores, ayuda con los deberes, conversación y orientación, respuestas, alguien que escuche sin reñir, una roca a la que sujetarse ante los vendavales de la vida. Y, a todas las edades, compañía, cariño, respeto, comprensión y paciencia. Todas estas cosas se miden en horas. Los niños necesitan tiempo. El nuestro.
Consejos para prevenir los celos entre hermanos
Aunque los celos entre hermanos son algo normal, no te olvides que, como nosotros, nuestros hijos necesitan sentirse, al menos de vez en cuando, alguien muy especial.
1. Comparte la alegría
Muéstrale las ecografías y deja que te ayude a preparar la habitación y las cosas del “nuevo”. Durante el embarazo, a los niños les encanta poner la mano en la barriga de su madre, darle besos, notar las patadas del bebé, hablarle o intentar escuchar su corazón, ya que esto los acerca tanto a su futuro hermano como a su madre.
2. Evita más cambios
Demasiados cambios a la vez lo harán sentir más inseguro y más perdido. Si va a haber modificaciones importantes en la vida de tu hijo mayor, como cambios de colegio, de habitación, de actividades o de sus principales rutinas, intenta que no coincidan con el nacimiento del pequeño.
3. Compensa al mayor
Es una buena idea que el padre dedique una atención especial al mayor. Que lo lleve al parque, que salga con él a solas, que le enseñe nuevos juegos y tantas otras cosas para las que la naturaleza ha creado a los padres.Como es lógico, la madre dedicará mucho tiempo al pequeño.
4. Momentos para los dos
Con seguridad, tendrás momentos en que puedas prestar atención a los dos a la vez. Por ejemplo, mientras le das el pecho al pequeño, puedes contarle un cuento al mayor. También se sentirá bien y muy valorado si le pides ayuda para bañar, vestir o cuidar a su hermano menor. Aunque a veces la ayuda sea sólo una excusa, se sentirá importante por participar en estos acontecimientos cotidianos que constituyen la rutina familiar. Los pequeños detalles son esenciales.
5. A cada uno su lugar
Los familiares deben saber que también juegan un papel importante en el desarrollo de sus nietos o de sus sobrinos. Cuando van a ver al recién nacido tienen la oportunidad de reforzar su lugar de hermano mayor con preguntas como: “¿Llora mucho tu hermanita? Es que es muy pequeña. Menos mal que tú eres mayor y que ayudas a mamá”. Si alguien se acerca precipitado a ver al bebé “pasando” del mayor, recuérdaselo con delicadeza: “Ven abuelo, que Silvia te enseñará el dibujo precioso que hizo esta mañana”.
6. ¿Quedarse en casa…?
Ahora que mamá tiene el permiso de maternidad y vuelve a estar en casa, puede que su hijo de dos años esté deseando hacerlo. Pregúntaselo. Si ya tiene tres o cuatro años, es probable que prefiera ir al cole para no perder de vista a sus amigos.
7. Habla con él
Habla de los celos y de que es normal sentirlos, para que no se sienta “raro” o culpable. Piensa que es mejor hablar que hacer un problema del tema al intentar silenciarlo, convertirlo en algo demasiado pesado.
8. Algo para cada uno
Ocúpate de dedicarles ratos exclusivos a cada uno de ellos, tengas dos, tres o cuatro hijos. Piensa que los momentos que pases a solas con él, le harán sentirse bien consigo mismo y sentirse importante y valorado.
Fuente: http://www.mentesana.es
Tomado de: https://goo.gl/Shwe9E