El COVID-19 ha sido una bendición para la educación. Nos ha hecho pensar de manera distinta, a poner los procesos pedagógicos, a los estudiantes y sus familias en el centro de la conversación y a preocuparnos menos por sentar ladrillos y justificar nuestros colegios desde las instalaciones.
Es claro que desde el siglo XIX poco había cambiado en el modelo educativo implantado en la revolución industrial, pero desde marzo de 2020 los paradigmas de la educación cambiaron completamente. Confirmamos que los niños tienen un potencial que va mucho más allá de lo que pensábamos, vimos que los currículos tienen muchos añadidos que de pronto nos distraen de enseñar lo fundamental, aprendimos que la evaluación debe ir mucho más lejos de la selección múltiple y debe permitir que el aprendiz demuestre lo que sabe, encontramos que los buenos maestros son los que son claros, efectivos y sobretodo empáticos en su mensaje educativo. Nos dimos cuenta que con la virtualidad o el aprendizaje a la distancia, la formación de valores, de honestidad y probidad académica son fundamentales. Evidenciamos que la formación en ciudadanía digital es tan importante como la matemática. Nos cuestionó el ver que es una irresponsabilidad no darle una pronunciada atención a la educación física y cómo esta es crucial no sólo para el desarrollo motriz, sino para la sanidad mental de los humanos en formación para el resto de sus vidas.
En cuanto a entrar a las casas de nuestros estudiantes a través de las cámaras del computador, nos deslumbró tener en las clases a padres participativos, a mascotas disruptivas, a hermanos curiosos y juguetones entre otros muchos agentes que antes ni nos soñábamos como parte del acto educativo. De la misma manera, como maestros hemos tenido que mostrar nuestro entorno y mostrar nuestra humanidad; las decoraciones de las salas y habitaciones en que trabajamos, a nuestros hijos, nuestras parejas y también a los animales con que compartimos el techo. Estos procesos de empatía recíproca y forzada nos han hecho replantear muchas cosas y abrir un enorme portón de posibilidades para el regreso a los colegios.
Si volvemos a los colegios para hacer lo mismo que veníamos haciendo antes de la pandemia, sería igual que seguir arrastrando las cosas después de que se haya inventado la rueda. Es clave que centremos nuestros proyectos en la empatía y la humanidad recíproca entre todos los que participamos del contexto escolar. Debemos tener claro que el tiempo en el colegio es precioso y por tanto los currículos también deben serlo; depurar para enseñar lo fundamental y siempre tener claro que si no cautivamos a los estudiantes es que estamos fracasando y debemos replantear. Es clave tener claro que la modalidad virtual debe ser una herramienta que no debe acabarse sino ser una alternativa permanente para los estudiantes o docentes que no puedan asistir por cualquier razón. Los modelos de evaluación tienen que ser cada vez más transparentes; la retroalimentación no puede ser un simple número, una cruz o un chulo sino que siempre debe tener una explicación detallada de cómo mejorar y hacerlo dando la cara. En esta evaluación es clave involucrar a los papás para que puedan evaluar el progreso de sus hijos y que no renuncien a ser los tutores fundamentales de sus pequeños, sus ejemplos de vida, sus retratos.
Pero lo más importante es la materia favorita de la gran mayoría de nuestros niños y niñas del mundo; el recreo. Es allí en donde forman con independencia sus amistades, donde rivalizan pero aprenden con ello a ser equilibrados, es allí en donde se ríen sin libreto, en donde deciden qué comprar en la tienda para ahorrar o invitar a sus amigos, es en donde se enamoran y aprenden las angustias que hay en ello.
Muchas veces me preguntan si la presencialidad en los colegios es absolutamente necesaria y desde mi perspectiva es un rotundo sí. Aun así, creo que esta respuesta está condicionada a que volvamos a un colegio renovado, no sólo las contemplaciones antes mencionadas sino además con una profunda convicción de que la nueva escuela debe ser un lugar en donde celebremos estar juntos y poder crecer como humanos competentes, honestos, solucionadores de problemas, rigurosos, activos e inspirados. Me preocupa que la conversación de la apertura de los colegios se centre demasiado en los protocolos de bioseguridad que, por supuesto son absolutamente importantes, pero el acto escolar va más lejos y profundo que estos protocolos. Sin duda seremos eficientes en tener espacios saludables, tendremos muchos cuidados en el lavado de manos, uso de tapabocas, controles de acceso y temperatura corporal, cosas que pueden ser complejas en un inicio, pero se que mecanizaremos como el uso de las corbatas de algunos colegios o el de tener las medias hasta las rodillas en algunos otros. Lo importante está en la interacción, en la representación que vamos a darles a los estudiantes de la sociedad lo cual es el real juego de fondo de los colegios. La presencialidad es clave para que el rol de ser humanos postpandémicos se pueda dar de una forma constructiva y que no se nutra la renuncia a actuar comunitariamente. La presencialidad es importante para lo que ya aludí que pasa en los recreos lo cual debo confesar que pasa también en el subtexto de las clases.
Como padre de 3 hijos sé del miedo que nos puede dar el mandar a nuestros hijos al colegio, es por esto que las instituciones educativas tendremos la enorme obligación de además de plantear un renovado escenario de nuestros proyectos educativos, centrarnos en ganarnos la confianza de las familias, trabajar con ellos y construir el colegio nuevo entre todos. Debemos demostrar que siempre trabajaremos por la seguridad y salud de nuestros niños como prioridad, pero que también aprovechamos ese gran curso COVID para ser mejores instituciones educativas.
Por: Telmo Peña Amaya, rector Vermont School.